jueves, 23 de agosto de 2007

El satanismo

¿HASTA QUÉ PUNTO EL SATANISMO PUEDE SER PENSADO COMO UNA RELIGIÓN?1

Carlos Arboleda Mora piensa que “el satanismo ha sido tratado de manera poco rigurosa en algunos ambientes periodísticos, religiosos y culturales. Ha caído en la categoría de lo fantástico y de lo morboso”2. Esto se debe a que Colombia es un país tradicionalmente católico, en el cual se ha defendido a ultranza el fenómeno de las tres erres: Riqueza, Región, Religión (en términos del filósofo e historiador Luis Javier Ortiz). De ahí que cualquier movimiento que ponga en cuestión sus doctrinas sea señalado de inmediato como “satánico”, como es el caso de los poetas nadaístas y de los rockeros en los 60´y 70´ y de los metaleros en los 80´y 90´. Se ha señalado a agrupaciones de Rock y de Heavy Metal de ser “satánicos” sin comprender cuáles son los matices filosóficos, socioculturales e históricos del satanismo, del anticristianismo y del anticlericalismo.

Desde el punto de vista de la Psicología Social, “las llamadas sectas satánicas son un problema psicosocial y cultural, en el que se refleja una sociedad en proceso de cambio, precaria, excluyente y satanizadora"3. Este postulado implica pensar en las posibles “causas” del fenómeno del satanismo y no conduce a juzgar como “bueno” o como “malo” su existencia y sus consecuencias en sociedades contemporáneas. Al respecto, Carlos Arboleda Mora considera que “buscar el chivo expiatorio en el satanismo permite a la sociedad olvidar lo que realmente está sucediendo”4.

Algo análogo sucede con los denominados “Estados Modernos” que ven en grupos al margen de la ley sus chivos expiatorios, para justificar sus “Políticas de Seguridad Democrática”, cuyos medios y fines en nada se diferencian de los grupos ilegales. Así le ha pasado a la Iglesia Católica en torno a “la libertad de cultos” establecida en la Constitución de 1991: como ya no es ilegal jurídicamente no ser católico, hay que justificar desde acontecimientos aislados el satanismo como chivo expiatorio, esto significa que si algún psicópata viola y asesina a una persona de inmediato es atribuido por algunos medios masivos y por la institución eclesial a las “sectas satánicas” sin que se muestren pruebas de ello. En este sentido, Fray Marino Martínez Pérez decía en el 2000 que “una secta satánica envió a diferentes sacerdotes del país una botella de vino envenenado”5. Esta afirmación fue puesta en duda por Carlos Arboleda Mora en esa misma Revista: “crímenes como el envío de vino envenenado a sacerdotes católicos están en camino de investigación sin haber llegado aún a juicios y sentencias definitivos”6. Don Fray Marino Martínez Pérez juraba sin pruebas y de manera intuitiva que eran “sectas satánicas” las culpables. Casos como éste muestran que hay sectores eclesiásticos empeñados en desdeñar cualquier duda que ponga en cuestión sus dogmas de fe (como ellos mismos los denominan).

La música Rock y el Metal también han sido flancos y chivos expiatorios de diversas autoridades eclesiásticas. A grupos como Led Zeppelín, Black Sabbath, AC/DC, kiss, Iron Maiden se les ha acusado de promover el satanismo con el trillado “discurso de lo subliminal”, lo cual es falso… Y si fuese cierto en Colombia desde 1991 ya no sería ilegal. Los rockeros en los 70´ y 80´ tuvieron que pagar las consecuencias del conservatismo y de la ignorancia eclesial. Nadie niega que en Colombia: se han cometido múltiples actos delictivos, de hecho –como dice Arboleda Mora- “hay actos delictivos en algunos grupos satánicos, pero no son realizados por ser satánicos, sino que hay personas que los ejecutan y los justifican bajo la capa del satanismo”7. Casi siempre se comete el error del raciocinio de afirmar el todo sólo teniendo la parte: ahí nace el estereotipo errado del “sujeto satanista”.

Desde el enfoque teológico y bíblico, Satanás ha sido el acusador, el ángel de Yavé, el adversario de Dios, el calumniador, el censurador, el desordenador, el opositor… En el Satanismo Laveyano “Satán” sigue siendo eso, con la diferencia que ya no es una deidad, ni una entidad sobrenatural y metafísica, sino un poder terrenal, mundano, corporal y psicológico. La pregunta sería ¿si el satanismo Laveyano no está regido por una deidad, entonces por qué en dicha corriente se hacen rituales mágicos y de hechicería? Esta cuestión tiene que dilucidarse teóricamente, lo que sí está más claro es la posición ética de la Iglesia de Satán, puesto que en ella también está prohibido asesinar… ¿De dónde surgen las prácticas de drogadicción, exceso de licor, sexo desbordado y otros delitos en las “sectas satánicas”? Ellas son producto de la Historia, de la sociedad contemporánea y de sus imaginarios sociales, y no necesariamente del Satanismo Laveyano, ya que éste lo único que dice es “Satán representa todos los así llamados pecados, en tanto éstos lleven a la gratificación física, mental o emocional”8. ¿Este principio se contradice con el de no matar? Si a un asesino en serie le da gratificación física, mental y emocional matar… ¿En dónde queda la prescripción de no matar en el Satanismo Laveyano? De esto se puede concluir que el Satanismo de La Vey también ha sido tergiversado por algunos de sus seguidores, ya que sus principios se pueden confundir entre sí (como ha sucedido también con figuras como Marx y como Jesucristo).

Si se aplica la perspectiva sociológica de Emile Durkheim y antropológica de Cliford Geertz en lo metodológico, se puede deducir que el satanismo no es en sí una nueva religión, sino que tiene diversos esquemas religiosos (básicamente de culturas como la Egipcia, la Griega, la Romana y la Vikinga), ya que en él hay cultos a mitos antepasados, hay ritos a espíritus, hay poderes de adivinación y rituales de iniciación. No obstante, vale analizar si el arquetipo de Satanás constituye en diversas formas de satanismo poslaveyano un inconsciente colectivo, cuya base estructural no sea diferente de religiones como el cristianismo. Para solucionar dicha problemática es indispensable pensarla desde la psicología profunda y desde el psicoanálisis.

Patricia Muñoz en su artículo “El retorno de Satán” muestra, desde la teoría freudiana, que el satanismo es la proliferación y el efecto de la caída de los grandes semblantes, es decir, la caída de las “verdades absolutas” no cuestionadas. Esto hace que se multipliquen nuevas ideologías, y por tanto, se llega a la forclusión que sostiene el discurso de la ciencia, el declinar del padre y la multiplicación contemporánea de las sectas. Sin embargo, Muñoz con su análisis generaliza en exceso, puesto que si bien algunas sectas “satánicas” practican el incesto, el asesinato y la violación, esto históricamente lo hicieron en la Roma Imperial y lo realizaron los teócratas medievales, es decir, la autora está cayendo en el euro y etnocentrismo occidental cristiano, para juzgar moralmente estas prácticas que también las han realizado los fanáticos católicos.

Muñoz tiene razón cuando afirma que “la estructura de todas las sectas es igual, aunque sus fines son diferentes”. Aunque exagera cuando estigmatiza a los líderes de las sectas como locos, paranoides y canallas”, porque no hace la distinción entre satanista (satanismo luciferino), satánico (satanismo marginalista) y el for faris (fafarachoso: satanismo de curiosos), ni tampoco tiene en cuenta que los satanistas generalmente también se apoyan en otras mitologías. En otras palabras, no es “el retorno de Satán” lo que desata el satanismo, sino el regreso de una pugna histórico-medieval entre los vikingos y los católicos.

La autora dice que “la cuestión del deseo se plantea en el ser hablante puesto que no hay garantía de la verdad ni del saber”. En esta afirmación no se tiene en cuenta que el cristianismo le lleva al satanismo casi 2000 años de ventaja y hoy día el cristianismo tampoco da una garantía de la verdad ni del saber, e incluso a veces es tan ridículo que considera al conocimiento humano como una tentación de Satanás, ignorando que la creencia de ellos también es humana.

A esto se suma, la ignorancia conceptual de ciertos seguidores de Cristo y de Satanás, quienes confunden los conceptos de Satán, Diablo, Demonio, Lucifer y Leviatán, entre otros. E igualmente no distinguen entre satánico, satanista, anticristiano, ateo, fafarachoso e irreligioso. Por lo tanto, se juzga jurídicamente a los adoradores de Satanás por sus prácticas ilegales (que no siempre lo fueron), mas no porque sus creencias sean erróneas o no. Quienes idolatran a Satán, casi nunca, se consideran una nueva religión, sino un poder mundano y pagano que busca placer en exceso. No obstante, antropológicamente a varios de ellos se les puede asignar el apelativo de religiosos y de dogmáticos, porque así no lo reconozcan, poseen fe en un Ser (que en la Biblia Cristiana representa el “mal”), creen en una Biblia Satánica a ciegas y adoran ciertos símbolos como el pentagrama y como la cruz cristiana invertida.

Finalmente, el satanismo laveyano se puede apreciar como una hibridación del hedonismo clásico (con su búsqueda insaciable de placer), del consumismo contemporáneo, del presentismo epicureísta, de ciertas concepciones filosóficas panteístas, deístas, agnósticas, nósticas, ateas y anticristianas, del paganismo nórdico, del individualismo sofista, del vitalismo nietzscheano, del erotismo del Marqués de Sade, del maniqueísmo soroastrista… Todo ello pretende configurar más que una religión: una “nueva ética” en la que se exalta el ego y no se predica amor desinteresado al próximo como en el cristianismo.



1 Escrito por Wilmer Alberto Zuleta López: wilmeralbertomeister@gmail.com

2 Carlos Arboleda Mora. “Del Satanismo en Colombia”. En: ALBORADA (La Revista de Padres y Educadores). Año XLVI, No 320, Medellín-Colombia, julio-agosto de 2000, p. 10.

3 Ibíd., p. 13.

4 Ibíd., p. 11.

5 Fray Marino Martínez Pérez. “Todos contra el Diablo”. En: ALBORADA (La Revista de Padres y Educadores). Año XLVI, No 320, Medellín-Colombia, julio-agosto de 2000, p. 3.

6 Op, Cit, Arboleda Mora, p. 10.

7 Ibíd., p. 13.

8 Véase el principio 8 del Satanismo Laveyano.

No hay comentarios: